21.5.06

Mi primer día de prácticas.
-¡Chicas, miren! ¡¡Es Rosa!!
-¡La maravillosa! (Luna, Marcela y Estefi pispireteaban en la entrada.)
-Mirá, se, me corté el pelo. (Me contaba Juampi, mi morocho favorito '05)
-¡Hola seño!
¿Cómo estás, Juanma?
-Bien, en segundo... (Con cara de "las cuentas de dividir son re difíciles") Chau, me voy a jugar.
Ese fue mi reencuentro en la escuela 17 con algunos de los "bichitos canasto", más altos todos y ya en segundo grado. Al comienzo tuvimos una larga charla con María del Carmen, nos comentó cómo sería este nuevo año en el aula, hablamos de registros y planificaciones, hasta que llegó el momento de pasar a la acción y elegir el curso. Y claro, no podía ser de otra forma: Rok a primero. Wiiiiiiiii otra vez. Veitinueve historias y nombres que aprender, dos caras ya conocidas.
-¡Rosa! ¡Vení, sentate acá porfiii! -Gritaba Rocío desde el fondo del salón.
Enseguida pedí prestados algunos cuadernos para ver en qué estuvieron trabajando. Informada, comencé a recorrer el aula, cuidando de no tropezar con ninguna mochila. Vi volar algunos cuadernos y cartucheras. El primer nombre que aprendí fue "Brandon", imaginarán por qué. "Priscila y Merlina son nombres de princesa", pensé. "Juan Cruz debe ser re inquieto" (bruja!). Gustavo R., Thiago y Anita son los más pegotes y Luciano el más chico. Gustavo M me recuerda a Dano cuando era pequeñito, aunque en realidad lo haya conocido 18 años después.
"¿Van a venir todos los días?" Ojalá pudiera. Igual dos veces a la semana no es poca cosa. ¡Un presupuesto en aspirinas! Vero no tiene tanta paciencia. Yo, un poco más. Es lógico que me gusta que se porten bien, pero no busco un silencio de misa ni que todos estén derechitos, quietos y mirando el pizarrón. Son pequeñitos aún, y no es grato retarlos tanto. Nada que ver con el grupo del año pasado, pero me alienta saber que aprenderé otras cosas.
La semana siguiente estábamos en la hora de reflexión, junto a mis compañeras y la profesora, comentando lo que habíamos visto hasta el momento, cuando se abre la puerta y una auxiliar dice "Irene pide que Rosa vaya a ayudarla". Pensé que necesitaría que recorte algunas fotocopias o algo de eso. No terminé de abrir la puerta y escucho: "Rosa, en el pizarrón están las actividades. Pasá por los bancos y fijate que las copien después de la fecha. Yo voy a estar el sala de maestros hasta que los médicos terminen de revisar a estos dos nenes. Si querés después corregiles el cuaderno. Ya vuelvo". Ops... Una hora a cargo de los niñitos. Mientras cuestionaba "cómo podemos hacer para saber cuántos caramelos hay en 6 bolsitas como ésta" banco por banco, detrás mío volaban todo tipo de cosas. Siempre son dos o tres los alborotados pero, quieran o no, desbaratan todo el curso. Así que me puse en bruja y les advertí que si no trabajaban en orden, algunos nenes se íban a quedar en el recreo conmigo y no justamente para jugar con los bloques o los dakis. Pero a Lautaro no le importó y siguió repartiendo sopapos a cuanto nene se le cruzara. Y no alcanzó con ser amable y pedirle por favor que dejara de pegar. Ni tampoco con separarlo del grupo y pedirle que trabajara en el escritorio de Irene. Después de muchos intentos fallidos opté por preguntarle por qué les pegaba a todos: "porque son todos malos", respondió con cierta angustia. ! una mente brillante sin dudas. En ningún libro dice cómo resolver eso, pero mágicamente llegó Vero para salvarme. Entre dos es más fácil; mientras ella ponía orden (intentaba, bah) yo seguía prestando dedos para contar caramelos. Y así hasta que volvió Irene; "¿cómo se portaron?", cuestionó como si la respuesta no fuera obvia. Terminé la jornada leyendo un cuento de Ema Wolf, Nicoleta, muy simpático por cierto. Los mantuvo tranquilos... 5 minutos. "¡Otra vez, otra vez!" y mi voz no daba para mucho más. De todas formas faltaba poco para las 5. La consigna era escuchar el cuento y luego dibujar en el cuaderno; si alguien se animaba podía escribir algo. Por ahí lei "Nicoleta usa antiojos. Y este cuento se acabó". Impecable realmente.
La tercer semana fue más sencilla. Quizá porque al recordar al menos 15 nombres el trato es más ameno, directo y efectivo (afectivo también). Éramos poquitos igual. La lluvia y el frío acobardó a unos cuantos. En la primer hora jugamos a los dados, con la intención de saber mas claramente cómo resuelve cada uno cálculos sencillos. Interesante, pero Merlina no quería saber nada con sumar puntitos; Luana y Celeste le soplaban los resultados mientras yo escribía los puntajes. Más tarde tuvieron que ir a ensayar por el acto del 25 (cosa improductiva si las hay). Versitos como "Vamos al cabildo porque es ocasión de decir felices surge una nación", letras alusivas con ritmo de hip hop y demases. Después la doctora de la salita vino a vacunar a algunos nenes. Era un caos, aunque nadie lloró en el momento. "¡Un aplauso bien fuerte para los valientes que se vacunaron hoy!" pidió la seño antes de salir al recreo, pero los brazos doloridos no podían hacer mucho al respecto. En el patio jugamos a saltar la soga, debíamos despistar el frío. Descubrí que si bien soy la más chica entre mis compañeras, estoy un poco vieja para estas cosas. Ni hablar de jugar al elástico! no recuerdo ninguno de los tantos pasos.
De regreso en el aula Agustina me mostró una ventanita nueva, y dijo que el ratón Pérez le había traído un montón de moneditas de diez centavos y una de un peso. Y yo me acordé que la última vez que el ratoncito vino a casa, dejó también un peso, pero en billete.
"Rosa, ¿me ayudás?", gritaba Anita mientras yo pegoteaba notitas en el cuaderno de comunicados. Tenían actividades para hacer y Vero e Irene estaban ocupadas escribiendo y ensayando los versos para el acto. Entonces, con las manos un tanto pegajosas empezamos a palmear: "za-pa-to, ¿suena como pa-to o como ta-za?". Es más tengofiakis, que noentiendo o nomesale, pero no puedo resistirme. Mucho menos cuando al terminar de silabear todas las palabritas me abrazó fuerte fuerte y me dijo "Ay, Rosi, ¡te quiero un montón!", y ahí el corazón se me estrujó todo todito y ya no podía respirar casi. Por la otra punta del salón, Franco ya había recortado por los bordes, pegado, unido con flechas, escrito todas las palabras y estaba terminando de dibujar un vendedor de velas (para qué? ju nous...).
Tocó el timbre, salimos a formar. El aula quedó llena de papeles. Algunas camperas quedaron olvidadas en el perchero. Traje en mi pañuelo blanco las lágrimas de Celeste; al terminar el día sus ojitos super azules no aguntaron más y se inundaron por el dolor que le provocaban las fakin vacunas. Casi lloro con ella. Thiago me alcanzó mi abrigo y mi cartera. Nos despedimos. En el camino a casa Vero me dijo "podríamos venir cada quince días, mejor... ¿no te parece?". Casi peleo con mi compañera de casi tres años. Nadie dijo que era fácil. Y sí, será agotador y cuatro horas parecen cuatro días, y se extraña el silencio. Pero es lo único que justifica todo el trabajo cada vez más pesado que implica seguir estudiando; y la gratificación que da sentir que todo ese esfuerzo por aprender a enseñar vale la pena es inexplicable. Así que... más allá del cansancio, y la falta de apoyo seguiré con los bichitos silabeadores hasta donde pueda y me dejen, o de última, hasta considere que es mejor volver a trabajar con Dorotea (aunque no lo creo, nono). He dicho.