Logré dormirme muy tarde y desperté un rato antes de lo planeado. Viernes 5.20am, Dalls me miraba como diciendo “¡¿Qué hacés despierta a esta hora, zonza?! ¡Apagá la luzzz y dejá de hacer ruido!”. Una hora + diez minutos de viaje, llegué apenas pasadas las 8. Tigre está más lindo que nunca. Pegadito al Rotary Club está la escuela, de puertas de vidrio y rejas blancas. En la entrada ya estaban las maestras y algunos chicos, tooodos comunicándose con lengua de señas. (Me sorprendí... la profe no me había dado muchos detalles, pensé que era una escuela sólo de ciegos). Al rato llegaron más chicos, también sordos e hipoacúsicos, uno de ellos vino a saludarme, me llenó de besos y se quedó a upa mientras seguían entrando los compañeritos. Me enteré que Mónica, la maestra del grupo de los visuales, estaba con licencia y por lo tanto los chicos tal vez no vendrían.
“Igual si querés quedate y observás el resto de los grupos”. Y justo entra Marcelo, hablando del clima. Me tranquilizó escuchar que alguien hablaba y saber que era uno de los míos, que al menos con él iba a poder socializar un poco más. Y sí, yo era sapo de otro pozo… todos chicos sordos y yo que no entendía ninguna seña, comencé a desesperar. Luego de izar la bandera en el patio, Sonia, la preceptora, se hizo cargo de los chicos sordos de jardín (porque también la seño estaba ausente) y nos acoplamos a ese grupito de tres (Marcelo y yo, más tarde Julián y Santi, todos chiquitos con baja visión). En el aula, descontrol. Sonia me explicaba que en realidad ella era profesora de
mentalitos, pero como ya tenía 17 años de trabajo en escuela de intelectuales decidió cambiar y entró a trabajar en esa escuela como preceptora…
“Las chicas son unas genias, todo lo que aprendí del trato con sordos me lo enseñaron ellas. Igual que Moni, con los visuales.” Cielo, de 5 añitos, la tiene re clara… entiende todo, sabe todo, y vive para demostrarlo. Angelito (de 6), el besuqueiro, busca aprobación constantemente y lo manifiesta a puro mimos.
“A Ángel hay que ponerle límites, un abrazo y un beso y nada más, sino te vuelve loca… es así porque en la casa nadie le da bola”. Y los chicos se paraban y daban vueltas alrededor de la mesa. Cielito me enseñó las señas para identificar al conejo, el elefante, el perro y el delfín que le había enseñado la seño la semana anterior. Después quiso mostrarme algo en un libro, pero no pude entenderle. Cuando la situación se puso pesada porque los chiquis no se quedaban quietos (oh, sí, las señas que más rápido aprendí fueron “basta”, “tranquilo” y “sentate”) Sonia nos llevó a todos al patio a jugar. Bah, a jugar los chicos, nosotras charlamos un rato largo entre mate y mate. Los visuales se esfuerzan muchísimo (a pesar de ver poquito) por aprender algunas señas para poder comunicarse con los demás chicos y es lógico, son minoría… 3-16. Después salieron los grandotes al recreo. Son todos adolescentes y preadolescentes, mayoría de varones y sumamente hiperquinéticos. Un par de pelotazos me pasaron cerca, uno de los chicos vino a mostrarme un video que tenía en el celu, otros discutían en un rincón (nada más entretenido que una discusión de sordos!). Luego del recreo Sonia me llevó al aula de los visuales y me mostró las actividades que hacían. Al grupito de tres, se sumó un grupo de 4 de los grandotes. “
Los chicos tienen cosas para estudiar, se van a quedar en la otra mesa sin molestar”, dijo Melina desde la puerta. Juli, Santi y Marcelo no dan mucho trabajo: con que las actividades estén escritas con marcadores negros y en letras un poco más grandes, suficiente. Me senté al lado de Santi, el más chiquito y mientras silabeábamos “papá” varias veces para que pudiera escribirlo en el segundo renglón, empecé a desesperar otra vez. Desde la mesa de al lado los chicos grandes no dejaban de moverse y golpear, sin notarlo, la mesa. Luego, fue con intención. Intención de que los mirara. Hasta que uno se estiró y me tocó el brazo y señaló a su compañero en la cabecera de la mesa. Quería hacerme una pregunta, que lógicamente no entendí, y su compañero de al lado hizo otra seña para ver si lograba explicarme qué es lo que querían que les respondiera. En vano, por supuesto… jaja (cuando llegué a casa me puse a averiguar… y lo que querían saber es si estaba de novia o casada).
En el comedor siguió el descontrol. Las maestras a los gritos (sí, porque algunos escuchan algo y no importa que a los demás nos revienten los tímpanos!), pidiendo también que se sentaran y se calmaran. Comieron a morirrrr… parece que el guiso de fideos estaba muy rico… y las manzanas también… incluso el agua! Uno de los chicos se me acercó y me reclamó un beso señalándose el cachete derecho (sí, porque llegó más tarde y no me había visto antes); otro me dijo (imaginate el esfuerzo que habrá hecho que esta vez pude entenderlo!) que era hincha de River y quería saber de qué equipo era hincha yo… Se decepcionó un poco. Una de las chicas buscaba mi atención entre todos los compañeros, y señalándome y luego acariciándose la cara me regaló una sonrisa súper simpática: “Dice que sos muy buenita”, me aclaró la maestra.
Me fui pasado el mediodía, con una sonrisa altamente envidiable. Almorcé junto al río, entre turistas, prefectos y palomas hambrientas de galletitas caseras. Esperé bajo el sol un largo rato pero estaba tan feliz que no me importó que una señora cargada de canastos de mimbre buscara conversación en la parada del 343.